miércoles, 22 de enero de 2014

Balada roja





Te vi,
abrazabas la noche con aludes
de sándalo.
Conjuraste un hechizo de sombras,
y me arrojaste
a la hora del solsticio
mil relojes de abismo:
el licor de tus palabras
era jenjibre en mi corazón.

Luego llegó tu mano,
tu mano
como un faro de alondras
bajo un cielo sin dios.

Y me dejé soñar...

Ocupa de mi alma,
¿cómo
pudiste atravesar los nudos cordales
de plutón?
¿cómo quebraste el mantra
de cristales y niebla
que hablaba por mi voz?

Más de un lustro ha llovido
sobre nuestros huesos flagelados,
más de un pájaro
ha sido abatido por el rifle
de la decepción.

Y sin embargo
vienes,
con la balanza de la razón y de la espuma
equilibrando las horas,
balanceándote en el duende del espíritu.
Sonríes, me besas
y me transmutas en astro o en sirena,
y entonas una balada roja
sobre la mullida cama del perdón,
un voraz blues de fuego y lirios verdes
que fagocitan en segundos
los interludios de la desolación.

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