miércoles, 5 de febrero de 2014

La partida




Arrojó el As de Espadas
al suelo
y no rasgó la noche.
Creo que su filo sangraba luz,
que le dolía más
el dorado ornamento de su empuñadura
o el hecho de saberse delatado entre sombras
por las noctívagas manos del tahur.

El as de bastos
sacó un pretexto extraño del armario
para golpear con ira la mesa del silencio.
Los  tréboles temblaron entonces,
refugiados en la tierra improbable del verdor.

Y la danza  continuó,
y un corazón que intentaba esquivar
el pulso de la guerra
entonó un miserere trágico
y cayó fulminado
por el veneno que vertió en su copa
la condena.

Y el croupier
dio por terminada la partida;
limpió los restos de sangre del naufragio,
recogió las pocas monedas obtenidas
en la contienda del odio
y se marchó, sonriente,
con la hiel preñando sus bolsillos,
silbando una balada obscena, pútrida,
maldita.

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