lunes, 21 de julio de 2014

La casa del silencio



Ábreme el iris, mis ojos de madera
se pudren carcomidos
por los duendes del tiempo.

Ábreme el iris, digo; mira,
duele esta lengua mía; chirría su alma
cuando un fantasma cruza el umbral:
quiere beber todo el plomo de la lluvia,
su sangre versicular y ácida;
quiere sentir la mano del viento
acariciar las grietas del grito adormecido.

¡Ah, dadme la infancia, devolvédmela!
sin pies, sin alas, sin sueños,
pero viva.

Les oiseaux, les chansons,
la mère, le père... la lune.
Les chansons
Les noms.

Sí,

devolvedme los nombres uno a uno.
Que críen en las crestas de los verbos,
que exploren bajo mis cicatrices
y expandan su ebriedad en los pulmones
del amanecer.

Puedo sembrar un mar en las agallas de un pez
anacoreta.
Puedo sembrar el mar.
No os engañe el pergamino de mis cuatro paredes
enfrentadas.
No os engañe la muerte que asoma su cabeza
sobre el cuello infinito del silencio.

Guardo en un arcón de ceniza la falda de la luz
por si regresa.

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