sábado, 6 de septiembre de 2014

Una espina...



No lo sabes:

una espina persigue mi nombre, me revienta

los ojos cuando canto;

una espina con nombres grabados en la infancia,

un iris diminuto cuyo vientre picotean cuervos 
y lágrimas.

Una espina y hojas de eterno otoño

y sombras que aceleran su marcha tras mis huellas.



No lo sabes:

he convocado al cielo y al infierno a un banquete de ira

para que todo el hueso de la memoria reviente

su cautiverio y fluya como un rio de espadas,

como un rio de lava resurgiendo del pozo 
donde se suicidó

lo que callamos.



Y sentaré a la misma mesa a la luz y a la muerte,

a la docilidad, la rebeldía;

que dancen juntas, que devoren

una a otra sus vísceras.

Barreré con mi lengua los restos de su sangre,

embadurnaré de miel mis aguijones

hasta que broten lámparas del milenario jardín

de la derrota.

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