domingo, 17 de julio de 2016

Y tú me entregaste un río...



Recuerdo aquella madrugada
en la que te me hiciste mar,
en la que se abrieron las esclusas
de una sombra
que te deshabitaba;
y yo bebí en ti la eternidad
de un trago
y tú me entregaste a cambio
un río.

Bien sabes que era isla mi voz,
vientre
donde desovan
los naufragios.
-Ven
hagamos un volcán de nuestra sangre.
Verás como los buitres
picotearán sin saberlo una luz
inextinguible.
Cada mínima muerte, cada golpe
de sombra
caerá
si acuchillamos su espectro
con estrellas-

Recuerdo aún
la rutinaria letanía
de la noche;
una silueta sobornando
a tientas
la derrota,
los cuervos del ayer
brotando sin cesar de tu garganta,
una flor deshojando
sus cenizas...



domingo, 10 de julio de 2016

La antesala del azufre



¿Ha de ser siempre así?:
como un golpe en la mandíbula
del cielo
un avispero en las venas,
balada de colmillos,
negro aliento,
eterna agonía del Adiós
abortado.

Luego la nada,

nadie...

Díme,
Alicia mía, nuestra,
tú, que te pronuncias
tras la piel del espejo,
¿Dónde puedo rescatar tus reliquias
sino
en la antesala del azufre?

Allí se posó el polvo de los sueños
naufragados,
en partituras de luz supervivientes
al suicidio del tiempo.
En ese vaho de infancia donde asoma,
pálida,
la dicha.
(azul talado prematuramente
por la verdad implacable
de la tierra).

Es en la antesala del azufre
donde se atrinchera la nostalgia;
donde atenuamos con ráfagas de ayeres
el hambre pertinaz
de la memoria.